El alcance del futbol está por encima del raciocinio. La Federación Mexicana de Futbol, empujada por sus dueños americanistas, se lanzó al ridículo con su pretensión de que el argentino Rubens Sambueza, naturalizado al vapor por órdenes del dueño del negocio, Emilio Azcárraga Jean, se integrara al Tri-América. Desde las alturas del futbol mundial, con el infumable suizo llamado Joseph Blatter a la cabeza, les dieron calabazas desnudando de paso la caprichosa decisión de los mandamases del balompié nacional.
Los ridículos alcanzaron también a Brasil, país organizador del mundial de 2014. Y todo por un jugador, Diego Costa, a quien nunca tuvieron en cuenta hasta que el combinado español que dirige Vicente del Bosque le puso el ojo. Costa tiene doble nacionalidad, juega en el Atlético de Madrid y es la sensación futbolera por aguerrido y goleador.
Ayer el brasileño-español hizo constar en acta notariada su decisión de jugar con la roja. Y se armó Troya. Con la mano en la cintura, Felipe Scolari, seleccionador de Brasil, no tuvo empacho al decir que el jugador no había pensado en millones de paisanos que, al parecer, suspiraban por verlo en su selección.
Sin decirlo claramente, lo llamó traidor. Todo un despropósito. Cuesta creer que el futbol ciegue tan profundamente siendo que se trata de un juego, nada más. Y en el juego se gana y se pierde.
Siendo disparates de diferente calibre, los dirigentes futboleros de México y Brasil se desnudaron sin querer y mostraron su analfabetismo funcional. No sirven ni para discernir entre la basura orgánica y la inorgánica. Son absolutamente desechables. El futbol ganaría sin la presencia de esos especímenes. Están de más. Hacen daño.
Tampoco Sambueza se libra de ser tildado como un oportunista. Jugó en la selección juvenil de Argentina en 2001. Era obvio que la petición estaba destinada al cubo de la basura. Se dejó engatusar, se mareó porque creyó que el todopoderoso América le garantizaba su inclusión en la selección nacional. Es un portazo en las narices de la soberbia futbolera nacional. La transa tiene sus límites.
La guinda fue cortesía del viejo Blatter. Se sintió payaso en la Universidad de Oxford y, luego de destacar que cualquier familia quisiera tener un hijo como Leonel Messi, caricaturizó a Cristiano Ronaldo y, de paso, al Real Madrid. La regó y por eso se vio obligado a ofrecer disculpas que ya estaban fuera de lugar. Debería renunciar por su bien.
Desatinos al fin y al cabo.
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