Inevitable hablar de tres ejemplos futboleros que se ubican en las antípodas del Tri-América. Portugal, Francia y Suecia, equipos poderosos que despliegan un futbol hermoso gracias a las estrellas que juegan en los respectivos combinados. Las tres oncenas disputarán el repechaje para tratar de llegar a Brasil 2014. Al contrario de lo que sucede en México, ni la prensa se rasgó en demasía las vestiduras por el hecho de que sus equipos no calificaron directamente, ni mucho menos esas federaciones futboleras se prestaron a la locura de cambiar de entrenador como quien se cambia de calcetines.
Las críticas fueron despiadadas porque los medios se hacían eco también del malestar de sus respectivas aficiones, pero hay un límite que nunca traspasaron: el buen sentido. Y de ese clavo ardiendo se agarraron los de pantalón largo para sostener a sus entrenadores dándole un cheque en blanco a la hora de seleccionar a los futbolistas y de encargarse de todo lo relacionado con la cancha de juego.
Nada que ver con el sainete que estamos viviendo en México. Cuatro entrenadores en 45 días, un dato digno de los récords de mal gusto. Frente a la mesura y paciencia que impera en aquellas latitudes, la improvisación y el exabrupto que campea a sus anchas en nuestro vulgar ambiente futbolero. Y hablamos de equipos con jugadores de la talla de Cristiano Ronaldo, Zlatan Ibraimovic y Franck Ribéry, el delantero que destronó a Leo Messi este año como el mejor jugador de Europa.
Nada que ver con el Chicharito Hernández, Oribe Peralta o Aldo de Nigris, buenos jugadores, sí, pero muy chiquitos si los contrastamos con el nivel medio de los futbolistas que se desempeñan en el viejo continente. Si ya no alcanza siquiera para que el Tri sea el rey de la pobrísima Concacaf, mejor reconocerlo y hacer examen de conciencia. Puede que la selección califique ante Nueva Zelanda, pero ello no resolverá sus males endémicos.
Pasa como en las empresas: hay quienes se hacen de la vista gorda y, por razones nunca entendibles, fingen demencia ante los problemas por muy diversas razones o compromisos que, a la larga, culminan con el "ahí nos vemos y ustedes perdonen". Pero también están las empresas que entienden y asumen la naturaleza de los problemas que enfrentan y, consiguientemente, asumen decisiones dolorosas que a la postre salvarán no pocos empleos.
Como dijera el clásico, ahí está la diferencia.
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